lunes, 31 de diciembre de 2007

ALGUNAS CUESTIONES SOBRE UGT Y COMISIONES OBRERAS



(Este blog ofrece como primicia informativa un artículo de José Luis López Bulla, cofrade del director de esta bitácora).


José Luis López Bulla


Hace bien UGT en querer tener las mejores relaciones con el PSOE. Eso no está reñido con la independencia de la una con relación al otro y viceversa. “Llevarse bien” las fuerzas democráticas entre sí es algo más que una cuestión de buena convivencia.


Hace pocos días leíamos en un solvente diario que UGT “había normalizado las relaciones con el partido después de tantos años de ruptura”. El sindicato –siempre según el diario-- pidió al PSOE que uno de sus más representativos dirigentes fuera incluido en las listas electorales para los próximos comicios de marzo. Así pues, después de veinte años de `ruptura´ la relación se ha `normalizado´, según afirmó el medio. Este ejercicio de redacción intenta, primero, hacer observar que las palabras fuertes empleadas por el diario (ruptura y normalización) se usan de manera inadecuada; y, a continuación, este ejercicio pretende tocar otras teclas que ya se irán viendo, unas teclas que van más allá de la mera cuestión terminológica. Para no dejar las cosas en excesivo suspense, diré que también se hablará, en amigable polémica, de algunas concepciones que, en otro lugar sindical, apuntan al carácter del sindicalismo, afirmando que “no es de derechas ni de izquierdas”.


Introito. El origen de este relato está en los desacuerdos que la dirección ugetista tuvo a mediados de los años ochenta con el gobierno de Felipe González que, efectivamente, culminaron con el durísimo desencuentro de la huelga general del famoso 14 de diciembre de 1988. El PSOE hizo una lectura pública interesada: el conflicto se explicaba por razones personales entre Nicolás Redondo y Felipe González. En realidad se negaron a ver que se trataba de un choque de reformismos. El reformismo sindical fue presentado como otro vestigio más de antiguas posturas que se confrontaba con la modernización reformadora del gobierno y del partido socialista. La posición pública de los socialistas intentaba, de un lado, desactivar las razones de fondo del conflicto y, de otro lado, anular el destacado coprotagonismo de Comisiones Obreras tanto en este conflicto como en la confrontación que había dirigido desde la huelga generalizada del 15 de junio de 1985 contra el recorte de las pensiones a la que no se había sumado la dirección ugetista.


UGT se fue distanciando del gobierno socialista por, como mínimo, estas dos razones: primero, porque no compartía sinceramente los planteamientos del equipo de Felipe González; segundo, porque, así las cosas, no podía dejar en manos de Comisiones Obreras la movilización en los centros de trabajo y en la calle.


Lo cierto es que Nicolás Redondo no consiguió hacer entrar en razones al gobierno. Sus gestos templados –no votó en el Parlamento español, junto a otro dirigente, Antón Sarazíbar, la ley de pensiones del 85 y su posterior renuncia al escaño de diputado— aparecían como importantes gestos simbólicos, pero no pasaban de ahí y no hacían mella en los planteamientos del gobierno de González. Ese choque de reformismos sin un apoyo masivo, por muy clarificador que fuera, cargaba de razón a Comisiones Obreras. En esa tesitura, UGT vio con claridad que su `modelo´ de templada gestualidad había entrado en una fase de agotamiento. Por otra parte, los ugetistas cayeron en la cuenta del discurso laico del nuevo secretario de Comisiones, Antonio Gutiérrez, que se distanciaba de la carga ideológica de Marcelino Camacho en sus críticas al gobierno. UGT hubo de decirse que, además de no compartir la política de Felipe González, su paciente gestualidad simbólica daba mayor carga argumentativa a Comisiones Obreras. Y se decidió honestamente a pasar el charco: estalló el gran conflicto que, en el fondo, no esperaban los dirigentes socialistas. Abro paréntesis, estábamos cenando en el Hotel Calderón, dos días antes de la huelga general, Rafael Ribó, Pere Portabella, Quim González y un servidor con nuestros invitados: Josep Borrel y, nada menos, con Giorgio Napolitano. Naturalmente se habló de la convocatoria. Borrell se lamentó de la decisión sindical y reconoció que sería una protesta seria, pero que sólo afectaría parcialmente algunas zonas industriales del país. Tampoco el ministro Borrell estaba debidamente al tanto de tan importante movimiento telúrico. Cierro el paréntesis.


Comoquiera que la memoria es flaca recordaré que en el 14 de diciembre hizo huelga hasta el aire y que, dicho lorquianamente, hasta el coñac de las botellas se disfrazó de noviembre para no infundir sospechas de enemistarse con el conflicto. Un acontecimiento de aquella envergadura no podía ser (y no fue) la consecuencia de una pésima relación personal entre Nicolás Redondo y Felipe González.

Naturalmente, comentaristas de la más variada desinformación hablaron de la ruptura entre el sindicato y el partido. Claro, era lo más aparente. No vieron lo más sencillo: UGT no podía seguir enclaustrada en el simbolismo gestual, especialmente cuando no compartía la política económica y social de Felipe González. Por eso se dio tan estridente choque de reformismos. Ahora bien, la consecuencia de aquel movimiento telúrico no llevó esencialmente a la ruptura de las relaciones de UGT con el partido sino a una opción de mayor calado, tal vez no suficientemente elaborada al principio, esto es: la búsqueda de una nueva práctica –más acorde con los sindicatos `hermanos´ europeos-- de la autonomía sindical y la consideración de que no hay gratuitamente partidos-amigos o gobiernos-amigos. Así pues, me parece inexacta la expresión `ruptura´ porque fue otra cosa diversa, de otro calado. Es más, UGT entró en una vereda que era normal en Europa. Otra razón no irrelevante es que los sindicatos europeos (y en no menor medida) los sindicatos españoles, Comisiones Obreras y UGT, habían asumido ya en un proceso sin marcha atrás: la intervención en el diseño, por la vía contractual, de las políticas de Estado de bienestar, que anteriormente eran de exclusivo monopolio de los partidos políticos, amigos o no.


Esta novedad conducía, de entrada, a miradas diferenciadas sobre las reformas (y el carácter de las mismas) que eran necesarias. Unas miradas que podían conducir, y condujeron, a choques entre el reformismo del movimiento sindical en su conjunto y el partido en el gobierno. Esta novedad llevó a UGT, mutatis mutandi, a una nueva normalización: la normalidad de un proceso de autonomía sindical que, en principio, es una aproximada explicación del itinerario (no siempre rectilíneo y con frecuencia complicado) de la unidad de acción del sindicalismo confederal español.


Primero. Se ha iniciado esta reflexión con un “hace bien UGT en querer tener las mejores relaciones con el PSOE”. Y, como se ha dicho anteriormente citando la fuente de un solvente diario, UGT hizo saber al partido que estaba interesada en tener un referente propio en el Parlamento a través del grupo socialista. Cándido Méndez dio incluso el nombre de Manuel de la Rocha, un importante dirigente de su sindicato, planteando además que debería figurar en las listas de la circunscripción de Madrid. Al día siguiente la organización socialista madrileña no incluía a de la Rocha en la lista. Pero no es sobre esta negativa el motivo de estas reflexiones, sino la propuesta de UGT ya mencionada.


Así las cosas, vale la pena llamar la atención a quienes (si es que los hay) hagan correr que se ha producido un giro en los planteamientos del sindicato ugetista. Mi opinión es que no hay que irse de la lengua; también la prudencia conviene en este caso. Porque no se puede decir que UGT enerva su autonomía porque plantea querer tener un referente propio en el Parlamento en las listas del PSOE y, a renglón seguido, olvidar que Marcelino Camacho, Cipriano García y otros destacados dirigentes sindicales, siendo diputados en las listas del PCE, aflojaron la autoafirmación de Comisiones Obreras de ser un “sindicato independiente”. O los casos de Giuseppe Di Vittorio y Bruno Trentin, por ejemplo, que simultanearon sus altos puestos de responsabilidad sindical y diputados italianos. Así pues, conviene medir mucho las palabras.


Ahora bien, parece oportuno, de momento, entrar en algunas consideraciones. La primera es: ¿qué se quiere dar a entender cuando se dice que “UGT pretende tener un referente propio en el Parlamento” como garantía de que se pondrán en marcha políticas sociales? La segunda: cuando el sindicato ugetista lleva un largo proceso de autonomía práctica, por qué desandar el camino hacia algunas formas de relación que se usaban en tiempos pasados?


Creo que es aproximadamente exagerado el planteamiento que vincula tener uno o un grupo de sindicalistas como referentes propios en el Parlamento y la garantía de que se aprueben tales o cuales reformas en las Cámaras. Los casos de Nicolás Redondo, Antón Saracíbar y el mismo Méndez, que fueron diputados en tiempos antiguos, podrían servir de parcial argumento para llegar a conclusiones distintas. Debe quedar claro que no es un problema de incapacidad personal –tampoco en los casos citados lo fue-- sino de la propia lógica parlamentaria y de las mediaciones que, convencionalmente (en unos casos para bien, en otros ni fu ni fa) requiere el juego de las relaciones de representación en las Cámaras. Entiendo que sobre ello, así en las viejas experiencias españolas como en las europeas, la dirección ugetista está convenientemente avisada.


La segunda cuestión, se ha dicho antes, nos interpela a por qué UGT quiere desandar al camino. Nuevamente quiero incidir en esta idea: no creo que, en el caso de que finalmente, dispusiera de uno o varios referentes propios enervara los niveles de autonomía práctica que el sindicato ugetista ha alcanzado. Sin embargo, no creo que tener tales puntos de referencia añadiera plus alguno a la organización sindical. Y sí me permito presumir que podrían darse dos situaciones: una, la reedición de situaciones de conflicto entre el partido y el sindicato; dos, un estancamiento de los niveles de autonomía práctica de UGT, en el bien entendido que estancamiento no quiere decir pérdida sino el mantenimiento de lo actual. Este es el problema que me interesa más.


Uno de los problemas que son visibles en una parte del sindicalismo español es la ausencia de reglas en algunas grandes cuestiones. Por ejemplo, la manera de normar la independencia y autonomía, también (aunque en esta ocasión no es motivo de reflexión, aunque se deja apuntada para otros momentos) para ordenar los comportamientos intersindicales cuando hay contrastes fuertes entre unos y otros en los procesos contractuales o en la relación entre el sindicalismo confederal y el conjunto de los asalariados. Aquí lo que especialmente nos ocupa es la ausencia de reglas que garanticen la autonomía de UGT. No tengo más remedio que reincidir porque conozco un poco lo quisquillosa que es (toda) la familia sindical: la ausencia de reglas no impide la autonomía, aunque no la garantiza plenamente.


Como es sabido, Comisiones Obreras es en estos aspectos de las reglas más atenta: fijó, bien pronto, los niveles de incompatibilidades entre los cargos de representación propia y el universo de las instituciones. De acuerdo, eso tampoco por sí mismo garantiza la independencia. Pero, como mínimo, es una condición necesaria. Que sea suficiente depende ya de la voluntad orgánica y ejemplar en el momento de establecer el proyecto del itinerario cotidiano: la fatiga del proyecto, según Bruno Trentin. Así las cosas, el proyecto de la independencia es también una almádena capaz de romper todas las interferencias que se oponen (o puedan oponerse) a aquella.


Es más, la independencia sindical (que no es un planteamiento contingente), además de contar con sus propias reglas, debe ser visiblemente incontrovertible en sus formas estéticas. O lo que es lo mismo, sus referentes son las conductas independientes de la casa sindical; los referentes realquilados, de un lado, deslucen la pregnancia de la autonomía y la independencia del sindicalismo confederal; y, de otro lado, mantienen las actuales formas de cómo se expresa la propia personalidad del sujeto social. Dígase en pobres palabras: siguiendo estando así las cosas, la autonomía y la independencia sindicales no adquieren mayor fisicidad y, peor todavía, siempre está (posiblemente de manera injusta) bajo sospecha y en coplas.


Segundo. Sigo reclamando prudencia y buen ojo clínico, porque es relativamente fácil entrar en interesados comadreos. De manera que, tampoco esa novedad ugetista, me lleva a volver a reflexionar sobre el tema que antaño movió ríos de tinta y que, en mis tiempos, provocó un hartazgo de encendidas discusiones, esto es, las relaciones entre partido y sindicato. Pero, en cambio, sí parece estar en orden del día una cuestión más general: las relaciones del sindicalismo confederal con el mundo de la política. Lo que sigue a en esa dirección.


Soy de la opinión que todavía está por hacer una atinada valoración y un debido reconocimiento del papel que el sindicalismo confederal español ha jugado en su relación con el cuadro general: en el escenario político-institucional y en la sociedad.


Es justamente en estos momentos (o, por mejor decir, de un tiempo a esta parte) cuando, frente a la desmesura irritante del juego político partidario en esta legislatura (“dura y ruda”, según Manuel Marín), el sindicalismo confederal ha mantenido junto a los operadores económicos su larga trayectoria de acción colectiva contractual mediante miles de momentos negociales en un paisaje que está en las antípodas de la reyerta tabernaria del juego político partidario. Repito, esa ejemplaridad todavía no ha sido reseñada y, por tanto, está por estrenarse que alguien la valore. Más todavía, cuando las fuerzas políticas en el Parlamento han organizado la dificultad del no entenderse, el sindicalismo confederal y los actores económicos han actuado como legisladores implícitos en las reformas laborales que han sido. Esta asimetría entre la actividad político-partidaria y el permanente itinerario contractual de los sindicatos y sus contrapartes es una, digámoslo así, una lección de modos democráticos, que todavía no ha sido ni siquiera referida.


Así pues, mientras se daba la rudeza (más bien, la reyerta político-partidaria) en el Parlamento y en la calle, el sindicalismo confederal se vinculaba con el cuadro político-institucional y la ciudadanía de manera constructora. Por ejemplo, los innegables procesos de modernización de los aparatos productivos –aunque puedan ser todavía insuficientes— no hubieran sido posibles sin la acción colectiva contractual de eso que, pacatamente, se ha dado en llamar los `agentes sociales´. Lo chocante, pues, ha sido que contemporáneamente a la reyerta político-partidaria algunos procuraban la mejora de la situación económica y su estabilidad. Que los sindicatos no hayan hecho ostentación de ello puede ser debido, tal vez, a un exceso de ascetismo franciscano, pero eso es harina de otro costal. En todo caso, esa vinculación positiva de los llamados agentes sociales con el cuadro político y el paisaje de la sociedad se ha dado en la normalización del ejercicio de la autonomía y la independencia sindicales. Porque, en un escenario de subalternidad, ello no hubiera sido posible. Digamos, en pocas palabras, que los sindicatos no han sido de nadie, pero han estado en su lugar, mediante el ejercicio de la independencia razonada, esto es, el acto de ser independiente va acompañado de los argumentos de sus decisiones.


Recientemente han aparecido algunos pespuntes (todavía de manera un tanto gelatinosa) por parte de algunos conspicuos dirigentes sindicales que, para no dejarme muchas cosas en el tintero, diré --como casi todo el mundo sabe-- que pertenecen a Comisiones Obreras. El hilo argumental que parece recorrer esos pespuntes es el siguiente: comoquiera que somos independientes, el sindicato no es de derechas ni de izquierdas. De momento –y en clave de amistoso respeto— diré que eso es un ejemplo de lo que podríamos llamar un anacoluto, o sea, partiendo de una premisa se llega a una conclusión estrambótica que nada tiene que ver con el primer enunciado. Para darle a esta líneas un cierto aire festivo, me permito recordar un celebérrimo anacoluto de tiempos antiguos: “era de noche y, sin embargo, llovía” que provocaba la hilaridad de los viejos y la perplejidad de los niños chicos de la Vega de Granada. Porque la noche, como es natural, no comporta contradicción alguna con el hecho de llover o no.


Y, sin embargo, parece ser que sobre la base de la independencia sindical algunos dirigentes sindicales están edificando el constructo de que el sindicalismo “no es de derechas ni izquierdas”, y siguiendo el pespunte insinúan una nueva versión de la equidistancia. Lo que, en mi parecer, definiría el sindicalismo como un sujeto técnico y al ejercicio del conflicto social como un encontronazo igualmente técnico. Estaríamos, así pues, ante un sujeto neutro, situado en una nueva toponimia política, desubicada de las grandes corrientes de la transformación de las cosas. Dado que han sido varios los (altos) dirigentes sindicales de Comisiones que han enhebrado esos reiterados pespuntes me entró una cierta curiosidad y me decidí bucear en las fuentes. No busqué los textos sagrados de los padres fundadores sino la literatura más actualizada que pude encontrar, esto es, las plataformas de las negociaciones colectivas y las resoluciones congresuales. De ellas saqué las provisionales conclusiones que vienen de seguida.


Los grandes movimientos que expone dicha documentación --desde la española a la mundial, pasando por la europea-- es la siguiente, dicho sea con rasgos de brocha gorda: 1) una permanente atención a la defensa y promoción de los derechos económicos, sociales y civiles, concebidos como un conjunto inescindible; 2) la defensa y promoción de las protecciones y oportunidades del Estado de bienestar; 3) una razonada defensa de `lo público´; 4) la remoción de las barreras que interfieren o dificultan lo anterior. Que en todo ello puedan existir retrasos y zonas de obsolescencia, no empece que sea visible el carácter no equidistante de esos planteamientos. Un carácter no equidistante que se ha ido construyendo desde la personalidad independiente del sindicalismo confederal. Dígase sin tapujos: confrontado con los planteamientos de las derechas económica y política. De manera que las pregunta son: ¿tales planteamientos --españoles, europeos y los del nuevo sindicato mundial-- son una construcción equidistante de la fatigosa caminata por el progreso y la justicia social? ¿están al margen de una relación no explicitada (pero relación, al fin y al cabo) entre todos los sujetos socio-políticos, cada uno en su diversidad y correspondiente independencia, en la construcción gradual de mejorar y transformar las cosas? ¿ese modo de ser es de naturaleza técnica? ¿esas transformaciones se pueden hacer desde el carácter de sujeto neutro o neutral? Mi respuesta es amablemente negativa y radicalmente distinta a los pespuntes de algunos altos dirigentes de mi sindicato. Porque...


Porque, puestos nuevamente a aclarar las cosas, diré que dado que la documentación leída y las prácticas reales (a pesar de sus retrasos e insuficiencias) tiene un inobjetable sentido de confrontación con las derechas económicas y políticas, no veo en ello indiferencia hacia tales culturas de resistencia al progreso. No lo es, por ejemplo, en los planteamientos en torno al trabajo, la enseñanza, la vivienda y el conjunto de los presupuestos del Estado de bienestar. Es más, el sindicalismo confederal no se comporta (tampoco en esos escenarios) como una gestoría técnica. Y si lo hace, empero, en una conexión implícita con el espíritu de la izquierda difusa.


Mi respuesta, como conclusión provisional a los pespuntes, es que el sindicalismo confederal español está en la izquierda, no siendo un sujeto de la izquierda política partidaria. Más todavía, desde hace muchos años el sindicalismo es el principal actor de la izquierda difusa española y europea. A pesar de sus retrasos. Incluso a pesar de no saber publicitarlo y organizar nuevas agregaciones de hombres y mujeres en sus propias filas.


Hubo un momento en que la palabra `profesión´ tuvo una gran dignidad; hubo una época en que la voz `profesional´ era la adjetivación de la dignidad de la profesión. En ese sentido antiguo la utilizo para lo que viene a continuación: la profesionalidad no sólo no está reñida con la buena práctica de la actividad sindical sino que es imprescindible. De manera que, desde esa connotación, podría estar de acuerdo con aquellos altos dirigentes sindicales (están en una u otra central) que reclaman profesionalidad, profesionalismo o como quiera que le den en llamar a la cosa. Porque no es posible continuar con la caminata del proyecto cotidiano del sujeto reformador que es el sindicalismo, sin los conocimientos profesionales que son necesarios para establecer qué propuestas y para qué subjetividades, con qué prioridades, compatibilidades y vínculos con la idea de representar al conjunto asalariado en todas sus variaciones del trabajo (y del no trabajo) dependiente.


Tercero. La autonomía e independencia sindicales han sido el alma nutriente de los grandes cambios y transformaciones que ha promovido y protagonizado el sindicalismo confederal, la sustancia de la alteridad del sujeto social. Y, como consecuencia, la utilidad de la acción colectiva social. De ahí que me parezca lógico alargar el razonamiento: así las cosas, si se quiere avanzar más y mejor, es de cajón ampliar el diapasón de la autonomía y la independencia sindicales. En principio no oscureciendo su pregnancia buscando referentes en lugares realquilados; y, en segundo lugar, compartiendo toda la casa sindical unas mínimas reglas para el ejercicio de la independencia razonada. Ninguna de las dos cuestiones está reñida con “llevarse bien” o lo mejor posible con todas las fuerzas democráticas. Como tampoco entra en colisión con mejorar las relaciones con la izquierda política. Cierto, llevarse bien con la izquierda política no impide (antes al contrario, presupone) la existencia de confrontación cuando ha lugar. Sabiendo, por lo demás, que si bien el sindicalismo no tiene un partido-amigo, eso no conlleva tampoco el partido-enemigo.


En resumidas cuentas, la independencia sindical también necesita unas mínimas normas para su pacífico desarrollo. Aunque, naturalmente, hay algo no menos importante: saber que la independencia no es un atributo exclusivo de los órganos dirigentes. Es algo un código que afecta a toda la organización. De donde se puede sacar otra conclusión: la fijación de unas reglas que indiquen las relaciones de los grupos dirigentes con el conjunto afiliativo y los asalariados en general. Capaces de expresar qué concretas atribuciones tiene cada cual, hasta dónde es discrecional la capacidad dirigente y en qué materias. Es decir, dar el salto de la (abnorme) actitud representacional del sindicalismo a la capacidad de representación normada.

jueves, 20 de diciembre de 2007

JUSTICIA TUERTA


Javier de la Rosa, empresario ejemplar según Pujol, injustamente sentado en el banquillo


Hace unos días escuché en la radio un comentario de Josep Martí Gómez, conocido periodista que no se anda con tonterías a la hora de llamar a las cosas por su nombre.


Hecha esta breve introducción, quiero comentar el tema que aquél día ocupaba al amigo Martí Gómez. Se trata del juicio (o algo parecido) de Javier de la Rosa.

Después de dieciséis años se ha celebrado el juicio de ese magnate al que Jordi Pujol no dudó en calificar en su día como un empresario ejemplar.

Después de tanto tiempo, comentaba Martí Gómez, se celebra un juicio en el que todo, o casi todo, está amañado, (esto es lo que parece); pues la fiscalía y la defensa pactan un reconocimiento del delito y al mismo tiempo la pena.

Los ciudadanos que han seguido la noticia, deben estar algo cabreados al igual que estupefactos, ya que del dinero desaparecido nadie dice nada. ¿Dónde está la pasta? ¿Quién resarce a los accionistas que han perdido su inversión?

Al hilo de los comentarios del periodista Martí Gómez, este habló del padre de Javier de la Rosa, otro rufián que después de estafar en el Consorcio de la Zona Franca, se hizo pasar por muerto, y aquí no pasa nada.

Da la coincidencia de que uno de los abogados acusadores de de la Rosa, es Bruna de Quixano, hijo de un abogado del mismo nombre que en su día había depositado toda su confianza en el padre de Javier de la Rosa y vio cómo este le engañó y defraudó ante sus propias narices. Es lo que tienen las ironías del destino.

Me resulta incomprensible, la forma en que se da carpetazo a un asunto de tanta envergadura en el que hay tantas personas afectadas que no han encontrado una justa reparación en la justicia.


Lo peor no es que Javier de la Rosa sólo vaya a la cárcel tres años, lo más grave, a mi entender, es el precedente que se crea que no hace más que reforzar la idea de que quién tiene dinero sale siempre bien parado de sus fechorías, tengan la gravedad que tengan.

Todos hemos visto muchas veces cómo un delincuente ya rehabilitado, con familia e hijos, era requerido al cabo de años para cumplir una condena, también hemos asistido a situaciones no menos esperpénticas al ver la pena que un fiscal pedía para unos trabajadores que habían cometido el delito de formar parte de un piquete informativo. Muchas veces estos trabajadores han visto embargadas sus viviendas para hacer frente a las fuertes multas impuestas por la justicia.

La justicia no es ciega, es tuerta y con el ojo sano hace constantemente guiños a los poderosos, por delincuentes que estos sean.

Javier de la Rosa, empresario ejemplar, fue noticia hace tiempo cuando los sindicatos de la cárcel en la que estaba, denunciaron el trato especial que este recibía por parte de la consellería de Justicia y el director del centro penitenciario.

Cuando tenía que ir al juzgado para declarar, la consellería ponía un coche a su disposición para que no tuviera contacto con lo peor de la sociedad y cuando deseaba hablar por teléfono, el propio director le cedía su despacho para que hablara cómodamente.

¿Somos todos iguales ante la ley? Quién diga que sí es un cínico.
¿Quién es más peligroso para la sociedad? ¿El delincuente que roba un coche o realiza un atraco o el ladrón de guante blanco tipo Javier de la Rosa?

Ambos son peligrosos desde luego, lo que sucede es que el delincuente económico no produce estragos en la calle, sólo crea inseguridad económica y jurídica en los inversores que se ven defraudados y no pueden rescatar ni un céntimo del botín que se ha llevado el empresario ejemplar de turno.

jueves, 13 de diciembre de 2007

DESPUES DE LAS LLAMAS, DESPUES DEL DESASTRE II


A la Consellera Geli le va a crecer la nariz

A modo de crónica de urgencia quiero dar un breve repaso a lo acontecido ayer en el Hospital Germans Trias i Pujol de Badalona.


De nuevo un incendio en uno de los grandes hospitales de la sanidad pública pone de manifiesto que estos centros en lo que a seguridad se refiere, dejan mucho que desear.

Este verano un incendio en otro gran hospital, dejó sin electricidad durante un considerable periodo de tiempo sus instalaciones con la consiguiente repercusión sobre los usuarios y los trabajadores del centro.

Cada incidente de este tipo no hace más que poner en entredicho la confianza de la sociedad hacia el sistema hospitalario y por extensión a quienes lo dirigen.

No podemos seguir así, no es de recibo esta situación. En menos de un año, dos incendios que por suerte y por la pronta respuesta de los bomberos y la abnegación del personal, no pasa a mayores.

Me resulta incomprensible que no exista un plan de evacuación, unas directrices claras de lo que tiene que hacer cada uno de los que allí trabajan en casos como los de hoy en Badalona.

El conseller de Interior Joan Saura nos ha tranquilizado a todos: “el incendio inicialmente era pequeño”. Menos mal que este responsable de interior tiene claro que todos los incendios son “pequeños” en el momento de su inicio. Esta explicación, nos permitirá dormir tranquilos.

La consellera Marina Geli tampoco ha sido parca en palabras. La periodista Mónica Terribas en su programa “La nit al día”, ha sometido a la consellera a una batería de preguntas de las cuales ha salido bastante airosa; otra cosa es la cantidad de mentiras con las que se ha despachado.

La Consellera Geli ha dicho: los protocolos de actuación establecidos para estos casos han funcionado. Decir esto es faltar a la verdad descaradamente.

Los sistemas de detección de humo del Hospital Germans Trias no han funcionado, en ningún momento sonó ninguna alarma, las noticias llegaban a cada rincón del hospital por el sistema boca-oreja y en muchos casos y sobretodo en los momentos de más tensión el personal tuvo que echar mano de sus propios móviles.

A nadie se le escapa que un incendio en un hospital es una situación compleja y de manejo complicado, sin embargo no es tolerable ni sano en una sociedad democrática ocultar a los ciudadanos lo que verdaderamente ha sucedido y el motivo que ha originado tal situación.

No es de recibo que la consellera pretenda que al día siguiente del incendio, el hospital arranque cómo si nada hubiera sucedido y más cuando el sistema informático y el teléfono no funcionan así como una buena parte de los ascensores que no están en condiciones de uso, el fluido eléctrico tampoco llega a todos los puntos del recinto hospitalario

Todas las dependencias afectadas por la humareda, han quedado afectadas y tendrán que pasar días para que todo quede limpio y en buenas condiciones para su uso.

La imagen de la sanidad en Catalunya ha quedado seriamente en entredicho, comprometida por las evidencias de que sus instalaciones no han experimentado mejoras acordes con los tiempos.

Se está tardando demasiado en adecuar los edificios a las normas de seguridad más recientes.

La consellera Geli se ha comprometido a que para primeros de año se hayan realizado las intervenciones suspendidas y las visitas que han tenido que aplazarse.

Una vez más se pondrá a prueba el aguante del personal sanitario, que con una plantilla ya insuficiente, tendrá que apretar más el paso, con medios escasos y precarios. Siempre recae sobre las mismas espaldas esta pesada carga, fruto del temor al coste político y a la prepotencia de los políticos.

No se puede pedir más esfuerzo a quién se esfuerza cada día y debe ejercer su profesión en condiciones precarias desde hace muchos años.

No se pretende que partiendo de una etapa de 23 años de un gobierno de CiU que no creía en lo público y que cada año invertía menos en sanidad, se ponga todo al día. Es cierto que se están haciendo inversiones importantes, no voy a ser yo quién lo ponga en duda. El problema, intuyo que es el estilo que tienen de gestionar, tan opaco y poco participativo, que provoca la inhibición de quienes sienten o deberían sentir como propia la institución en la que trabajan.

jueves, 6 de diciembre de 2007

DESPUES DE LAS LLAMAS, DESPUES DEL DESASTRE....

Marina Geli
Consellera de Salut
Bla, bla, bla, bla.........


Una vez más la sanidad pública catalana vuelve a ser noticia. La presa anuncia la infección de unos niños con el virus de la hepatitis C en el servicio de hemodiálisis del Hospital de la Vall d´Hebrón.
Una vez más este centro vuelve a ser noticia por un hecho desafortunado. Este verano fue un incendio en la central generadora de electricidad, ahora una infección con graves repercusiones futuras en la salud del paciente, que en este caso, son niños.
Infecciones de este tipo se producen en todos los hospitales, en pacientes y en personal sanitario que trata con ellos.
Esto no debería ser un consuelo, pues los riesgos hay que minimizarlos a la mínima expresión posible. Para ello son necesarias medidas y medios que no se observan ni aplican en su totalidad.
En un servicio de hemodiálisis los pacientes infectados con este virus, deben recibir tratamiento en un área en la que sólo estén ellos, para acotar al máximo las posibilidades de contagio. Así mismo, el personal que atiende a estos pacientes (enfermeras), deben distribuirse de forma que las que atienden a estos pacientes, no entren en contacto con los no infectados.
Desgraciadamente, en nuestros hospitales las cargas de trabajo por enfermera se han visto incrementadas de forma abusiva en los últimos tiempos y hacen imposible o muy difícil la estricta observancia de todas las normas y medidas por elementales que sean. Ahí tenemos el resultado.
No es cuestión de generar alarmismo, de eso ya se encargan las autoridades sanitarias cuando se produce una incidencia como la que hoy es noticia.
Su falta de capacidad para dirigir adecuadamente genera desastres y consecuencias que en primera instancia recaen en los usuarios y en el personal sanitario, que es quién trata a diario con la enfermedad y el dolor y que en no pocas ocasiones, recibe por la vía administrativa o judicial, los palos que deberían encajar los responsables políticos y los gestores por ellos nombrados.
El economicismo rampante es quién preside cualquier acto o decisión de quienes están al frente de los hospitales públicos y frente a otros capítulos económicos del presupuesto el que sale peor parado es el de personal.
Decía antes, que las cargas de trabajo se han visto sensiblemente incrementadas en los últimos tiempos, ante esta realidad que también han constatado en muchas ocasiones los sindicatos, hay que contraponer el aumento piramidal de cargos administrativos e intermedios. Esto representa un escarnio para quienes reclaman una ratio más justa de sanitarios por número de enfermos.
En el ICS es una práctica habitual sacar por arriba a las personas que muestran diariamente su incompetencia, hasta el punto que se hace obligado su relevo. Es entonces cuando este elemento es promovido para ocupar un cargo de mayor responsabilidad y mayor retribución.
Cualquier persona medianamente cabal estaría de acuerdo en que una persona no debe perpetuarse en un cargo por muy bien que se desenvuelva en el mismo –en el caso de que así sea-,¿cómo es posible que haya cargos de confianza que llevan más de veinte años ocupando direcciones de enfermería?
¿Alguien en esta empresa se ha preguntado por las causas de los altos niveles de absentismo? ¿Todavía hay quienes defienden que la nueva ley que va a guiar los pasos del ICS supondrá un cambio real y positivo?
Un mal guión puede convertirse en una obra maestra con buenos actores, en este caso, aunque el guión fuera bueno, los actores son pésimos.
Al producirse un cambio de color político en la Generalitat, muchos pensamos que había llegado el momento de los cambios. Creímos que las cosas iban a cambiar paulatinamente, pues se partía de un largo periodo de descapitalización y desinterés por parte de la derecha nacionalista, que tenía los ojos puestos en la externalización de servicios y la gestión privada de los existentes.
Hemos visto que en la práctica, el modelo de gestión es el mismo y no se vislumbra un futuro mucho mejor.
Las políticas son las mismas y el toque de soberbia que adorna a todo gestor, en este caso es aún más visible.
Los que creemos en lo público y nos reclamamos de izquierdas, estamos decepcionados y lo peor de esta situación, es que no podemos esperar que otro cambio de color político haga pensar que las cosas puedan ir a mejor.
Si gobiernan los “nuestros” - que en teoría deberían ser más sensibles con los temas que afectan a los ciudadanos, potenciando los instrumentos y políticas que consoliden el estado del bienestar, con un modelo sostenible- y lo hacen como la derecha, ¿a quién nos quejamos?
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domingo, 2 de diciembre de 2007

PEL DRET A DECIDIR ¿QUÉ?





Ayer tuvo lugar en Barcelona una gigantesca manifestación convocada por la plataforma “PEL DRET A DECIDIR”.







La plataforma convocante está formada por personas no adscritas a partidos políticos y está apoyada por fuerzas políticas del más variado espectro.





El motivo de la convocatoria radica en el caos ferroviario y de infraestructuras que venimos padeciendo en Catalunya desde hace muchos años y lo que ha sucedido recientemente con los trenes de cercanías junto a la actuación de la ministra Magdalena Álvarez.





No veo que sea reprobable manifestarse por estas cuestiones que afectan al ciudadano de a pié, el que debe madrugar para ir al trabajo y día tras día ve como se le hurta el acceso a un medio de transporte vital para el normal funcionamiento de la movilidad de todos los ciudadanos.





Veo sin embargo, una disociación entre el lema de la manifestación y lo que realmente se debía ventilar allí y quedar meridianamente claro: el tema de las infraestructuras.





“Pel dret a decidir” es un eslogan ambiguo, que descontextualiza lo real de lo que desearían algunos. Para mí, es un eslogan soberanista. ¿Todos los que allí estaban, eran soberanistas? La presencia en la manifestación de todas las cúpulas de los partidos nacionalistas como CiU y ERC, con sus mejores galas y la presencia de los expresidentes Pujol y Maragall, dan fe de lo que allí se iba. No faltaron a la cita los de ICV, que en principio no han dicho nunca que sean nacionalistas.





Me resulta poco menos que chirriante ver manifestarse a partidos que están formando parte del gobierno y con responsabilidades importantes. Recordemos el importante peso de ERC en el Govern y la no menos relevante posición de ICV.
Los socialistas desde un principio, se desmarcaron de tan sonado evento, asimismo, tampoco se adhirieron a la exigencia de dimisión de la súper ministra Álvarez. Una posición coherente aunque muchos de ellos sueñen a diario con Magdalena Álvarez, que es un dechado de pulcritud y buen hacer en todas sus intervenciones.





Quiero destacar el papel de CiU en todo este proceso de movilización, pues en ocasiones algunos políticos de esta formación toman por tontos a los ciudadanos al hacer determinadas afirmaciones.





CiU tiene una elevada cuota de responsabilidad en lo que ahora está sucediendo, en estos déficit de infraestructuras que padecemos.





Durante muchos años se han reunido con los gobiernos del PP para intercambiar cromos: yo te doy tú me das. Han negociado apoyos al PP a cambio de muy poquitas cosas. El PP apoyó a CiU en el Parlament de Catalunya a cambio de que CiU no propusiera demasiadas reformas ni pidiera inversiones del Estado, mientras CiU en Madrid, apoyaba sin reservas al PP incluso cayendo en la contradicción de votar en contra de lo que había apoyado y defendido en el Parlament de Catalunya.





Esta manifestación no tendrá ninguna repercusión en la política catalana, pues la composición de las gentes allí reunidas expresaba solamente el cabreo, el malestar por lo mal que funcionan las cosas.





La heterogeneidad de la protesta no da para más, aunque alguno intentará capitalizar el acto. La mezcla de aeropuerto, AVE, cercanías, Sagrada Familia y balanzas fiscales son mucha carne para un solo bocado.