En la foto superior, el Tte. Cnel. Rafael Tejero nos muestra el galardón. La foto inferior corresponde al acto en el Auditorio
Marcelino Camacho, en la sede de CC.OO
Allá por los años setenta, paseando por el portal del Ángel de Barcelona, vi una pintada en el suelo que decía: “Llibertat Julve i Busquets”. Esta era una pintada poco usual, que se diferenciaba de las habituales en aquellos tiempos en los que había que pintar y sembrar octavillas para reivindicar derechos, libertades, liberaciones y denunciar la pena de muerte. Aquella pintada no la firmaba nadie, ninguna organización política ni sindical, quizá fue eso lo que me llevó a preguntar e indagar quienes eran estos señores y qué habían tramado que tanto disgustaba al régimen.
Estos señores resultaron ser unos militares que intentaban luchar contra el régimen dictatorial de Franco desde el interior de las Fuerzas Armadas. Esto no era habitual en aquel entonces, y todos, mirábamos a los militares con una gran dosis de desconfianza y desprecio, no en vano, eran los garantes de la continuidad del régimen nacido el 18 de julio de 1936 y tenía un componente de ideologización e identificación de aquel régimen más que notable.
Estos militares no eran más que la punta de un iceberg que aunque pequeño, representaba cualitativamente un cambio importante a la vez que singular que abría una brecha en el monolitísmo imperante en las Fuerzas Armadas.
El cambio generacional que se operaba en el seno de las FAS, rompía con la tendencia de aquella impronta que identificaba a los militares que habían hecho la guerra al lado de Franco. Eso no quiere decir que se rompiera con la clonicidad que se generaba en las academias militares, ya que muchos jóvenes oficiales eran realmente dignas astillas de sus palos.
Más tarde, conocí la existencia de un grupo denominado UMD (Unión Militar Democrática) que se creaba en Barcelona. El conocimiento de esta organización, me reconcilió bastante con el estamento militar. No todo era ardor guerrero y el espantoso grito de ¡viva la muerte! y abajo la inteligencia.
Por casualidades de la vida, conocí al entonces comandante Guillermo Reinlein que era uno de “ellos” con el que tuve una buena relación, y a través de él, entablé relación con el también comandante Carlos Aguado. Desgraciadamente ninguno de los dos está hoy entre nosotros.
Más tarde, ya en el servicio militar, conocí a Rafael Tejero que fue mi capitán, persona entrañable, afectuosa y amigo de sus amigos que tuvo que encajar no pocas represalias por parte de sus superiores.
Mientras todo esto sucedía, ya habían “caído” un buen puñado de oficiales de la UMD que poblaban no pocas prisiones militares por toda la geografía española.
La Revolución de la claveles en Portugal había creado cierto desasosiego en el régimen y no estaba por la labor de que entre la oficialidad del ejército español pudiera cundir el ejemplo, aunque se partiera de realidades muy distintas.
A la creciente movilización de la izquierda y el movimiento obrero se le unía esta fisura que aunque pequeña no dejaba de ser un elemento más que contribuía a la creciente descomposición de aquel régimen, que aunque cada vez más débil y aislado mantenía intacto todo su aparato represivo.
Con la muerte del dictador parecía que todo podía solucionarse, que a todas las tímidas amnistías del inicio de la Transición llegaría la definitiva que pondrá en su sitio las cosas, que repararía agravios e injusticias. No fue así. Hemos tenido que soportar que los golpistas y liberticidas del 23-F han sido mejor tratados que los oficiales de la UMD, que militares conocidos por su desafección al nuevo régimen democrático eran ascendidos y promocionados.
Con treinta años de vigencia de la Constitución, la democracia sigue en deuda con los oficiales de la UMD y todos los gobiernos de la democracia han torpedeado cualquier iniciativa que fuera en la dirección de reparar esta injusticia histórica.
Todos los reconocimientos a la labor de la UMD han procedido siempre de la sociedad civil, a nivel particular, hasta que la Fundación Abogados de Atocha ha otorgado el premio por la defensa de las Libertades a la UMD, que ha sido entregado en un acto en Madrid en el auditorio de CC.OO Marcelino Camacho el 24 de enero, fecha en que se conmemora la matanza de los abogados laboralistas del despacho de la calle Atocha número 55.
Ha tenido que ser el movimiento obrero quien por medio de esta fundación, reconociera la aportación de los militares de la UMD a la consecución de las libertades y la democracia, que en estos tiempos de amnesia y olvidos más o menos voluntarios e inducidos, parece que quieren que creamos que este régimen de libertades fue una concesión graciosa gestada en algún despacho. A los nombres de los abogados asesinados por la extrema derecha aquel 24 de enero de 1977 (Javier Benavides, Enrique Valdelvira, Angel Rodríguez Leal, Serafín Holgado y Francisco Javier Sauquillo), se puede añadir una larga lista de nombres que padecieron detenciones, tortura o cárcel. El día anterior a la mantaza, murió asesinado por un miembro de la ultraderecha el estudiante Arturo Ruiz afiliado a CC.OO y horas más tarde la joven Mari Luz Nájera a consecuencia de un bote de humo lanzado por la policía en una manifestación en la que se reclamaba la amnistía. Todos estos actos violentos junto al secuestro del Teniente General Villaescusa y de Oriol y Urquijo, formaban parte de una estrategia de tensión que no pretendía otra cosa que torpedear y hacer inviable el camino hacia las libertades.
Queda bastante claro pues, que el paso de la dictadura a la democracia no fue un camino de rosas que se transitó así sin más, sin costes de vidas y carreras truncadas.
En el acto del día 24 de enero, los que allí asistimos, representábamos una buena parte del país real. El país oficial, no estaba y creo que nadie lo esperaba, aunque era la oportunidad idónea para romper con su autismo en lo referente a esta página de la historia de España que se ha cerrado en falso.