Por algún motivo atribuible a la madre naturaleza, hay individuos que actúan con un primitivismo que me hace ser poco optimista respecto a la especie humana.
Cuando se mezclan aparentes nobles propósitos de índole tribal con el afán de acción reparadora y de autoafirmación, algunos individuos, carentes por completo de masa encefálica, llevan a cabo acciones que justifican con argumentos que cuando son verbalizados son pura onomatopeya. Nada de nada, ni rastro de vida medianamente inteligente.
Voy a dejar los preámbulos y voy a explicarme. Hace pocos días, el único toro de Osborne que había en Cataluña ha sido sacrificado en nombre de los intereses del pueblo de Cataluña. ¡Pobre Cataluña!
El pobre toro de hojalata era un símbolo españolista y nada tenía que hacer allí, había que derribarlo en nombre de los sacrosantos valores nacionales y de las esencias patrias.
Los patriotas anencefálicos, entre rebuzno y rebuzno fueron capaces de desatornillar o serrar los hierros que sujetaban aquel insolente símbolo español que tanto daño hace a la identidad y permanencia de los tradicionales valores de tolerancia y respeto democrático que caracteriza al nacionalismo catalán.
Seguramente el general Moragas debe aplaudir el gesto de estos valientes patriotas.
Este gesto que no hace más que dar alimento a los reales enemigos de Cataluña, que comentan ese episodio desde sus privilegiadas tribunas dando más eco y relevancia a un hecho aislado tan inútil cómo irrelevante.
La mezcla de fauna ibérica con los símbolos y banderas (el toro de lidia y el sufrido burro catalán) me parece un auténtico despropósito y tanto repelús y rechazo me producen los toros incrustados en la bandera española cómo la silueta del burro catalán metido en la bandera “estelada”.
¿Qué habrán hechos estos pobres bichos para merecer este trato? Me temo que nada. Exhibir un animal cómo símbolo identitario me parece volver hacia atrás, iniciando un camino hacia las cavernas.
El toro de Osborne, me parece un bello y acertado reclamo publicitario, que en su momento, cuando un humilde herrero de pueblo le dio forma, no podía imaginar que sería objeto de polémica ni mucho menos arma arrojadiza de unos contra otros.