Creo que el viejo Barceló estaría de acuerdo conmigo
Vengo observando desde hace bastante tiempo como crece el
nivel de desarraigo o desafección de muchos trabajadores hacia los sindicatos
de mayor implantación y arraigo. La historia del movimiento obrero en este país
está plagada de episodios de gran generosidad solidaria que daban a esas
organizaciones --y me refiero
especialmente a CC.OO— una pátina que las diferenciaba de otras, con un
entramado de voluntades que daban un paso al frente cada vez que era necesario
para ayudar a cualquier trabajador que lo precisara.
Los sindicatos (el sindicato) con el paso del tiempo han
tomado formas organizativas más propias de una expendeduría de servicios para
sus afiliados, los que todavía tiene trabajo, claro. Los demás trabajadores son
otra cuestión que no con poca frecuencia,
se convierte en munición arrojadiza para que explote en la cara del
gobernante a quien, dicho sea de paso, le importan bien poco los parados y sus
dramas personales y familiares.
Mientras muchos trabajadores ven con desasosiego como merman
sus salarios y sus derechos mientras una casta funcionarial (entiéndase
delegados y liberados) medran a sus anchas distanciándose cada vez más de su
condición de trabajadores.
La solidaridad con mayúsculas, se ha convertido en una
virtud de la que todos hablan y muy pocos practican, y no me refiero a los
grandes gestos ni a las grandes palabras que nada llenan las despensas y menos
los pucheros.
Esta crisis que golpea sin piedad a toda la clase
trabajadora con especial dureza, se ha convertido con excesiva frecuencia en
una excusa para que muchas empresas “aligeraran lastre” merced a las reformas laborales llevadas a
cabo primero por el gobierno del PSOE y más tarde con la macro reforma del PP,
dejando en la calle a miles de trabajadores que por su edad ya no encontrarán
trabajo, perdiéndose un importante capital de experiencia que difícilmente
podrá ser transferida a la siguiente generación de reemplazo.
Asistimos al desmantelamiento de las políticas que han
caracterizado el estado del bienestar hasta nuestros días, y, esto ha sido en
un abrir y cerrar de ojos aunque se veían venir las intenciones que llevaban
unos y otros.
La situación de muchas familias con hijos que están en
paro habiendo agotado todos los posibles subsidios y ayudas, es dramática.
Muchos profesionales de la enseñanza han dado un toque de alerta sobre el
ingente número de alumnos en edad de crecimiento que acuden a la escuela sin
haber desayunado y posiblemente tampoco han cenado.
Las familias trabajadoras que son víctimas de la voracidad
bancaria y pierden sus viviendas por no poder hacer frente a la hipoteca crecen
en proporción geométrica año tras año sin que nadie esté haciendo nada válido
para evitarlo excepto los movimientos que han surgido espontáneamente para
denunciar esta situación e intentar en la medida de lo posible para muchos
desahucios.
La situación descrita nos dibuja un panorama dantesco,
aterrador, que no hemos sido capaces de imaginar ni en las peores pesadillas.
Lo malo de esta situación es que todavía puede empeorar y de hecho empeorará en
cuanto se hagan notar los efectos de los últimos recortes que se han producido
merced a esa intervención “mágica” por parte de Bruselas, que nos salvará de todos los males habidos y
por haber en el supuesto que creamos que
esa pandilla de delincuentes que nos gobiernan vayan a hacer algo para enmendar
el desastre.
Mientras los Sindicatos (el sindicato) andan desnortados,
a años luz de la calle, anunciando importantes movilizaciones y poca cosa más.
Cada vez es mayor el número de ciudadanos que no quieren ir detrás de los
carteles y banderolas sindicales, estando dispuestos a salir a la calle no
quieren ser identificados esos engendros burocrático-corporativistas.
Situaciones como la actual en que los más desfavorecidos
se ven perjudicados en mayor medida por el recorte de subsidios y el
adelgazamiento de las políticas de bienestar (ayudas para comedores, becas,
ayudas para libros de texto, Ley de dependencia, ayudas para el transporte
escolar, etc.) deberían llamar a la implicación de los sindicatos para tejer
una red solidaria que contribuyera a no dejar tirados en la cuneta de la
exclusión a los más damnificados por las políticas de austeridad.
No pretendo convertir los sindicatos en ONG, no, no se
trata de eso, solo pretendo, recordando lo que habían pergeñado con más
sabiduría y sentido común nuestros abuelos y bisabuelos para no dejar a nadie
tirado cuando.
Cuando había huelgas se promovían derramas para las cajas
de resistencia, cuando el paro venía de la mano del cierre patronal crearon
cooperativas de consumo mediante las que se aseguraban tres comidas diarias y
que ningún niño se acostara sin cenar.
No pretendo que adoptemos para nuestros días soluciones
que antaño fueron buenas. Lo que sí creo que es ineludible es la
responsabilidad intrínseca del sindicalismo para con los trabajadores sean
afiliados o no. Alguien debería estrujarse los sesos y pensar un poco. Fuerzas
las hay, voluntades también y disposición a dar un paso al frente y
arremangarse para ayudar, ni se discute, solo falta que la anquilosada
burocracia lo asuma y deje de mirarse el ombligo.