Estas mujeres las "trementinaires" vendían remedios caseros, productos de herboristería y eran muy apreciadas por sus muchos sabéres.
De nuevo se está hablando del copago en la sanidad pública. Este tema recurrente siempre asoma la cabeza cuando hay problemas serios de tesorería para hacer frente a la demanda creciente de prestaciones.
Tengo el convencimiento de que una vez más estamos frente a un intento de la Consellera Marina Geli de ver como reacciona la sociedad ante el anuncio del pago de una tasa.
Me pregunto los motivos por los que no se ha abordado este asunto poniéndolo sobre la mesa con números y datos que puedan explicar la necesidad o conveniencia de esta medida.
¿Quienes están en contra del copago? Creo tener la respuesta: muy pocos.
Una vez más nos encontramos ante un tema delicado, de interés general que si no se aborda convenientemente puede poner en peligro la continuidad del sistema tal y como lo conocemos hasta ahora.
Ningún político quiere ponerle el cascabel al gato y asumir sus responsabilidades. A la hora de posicionarse ante este asunto se está optando por decir no lisa y llanamente o bien eludir el tema, aceptando en privado que algo habrá que hacer y que no se puede seguir por el camino actual que puede conducirnos al colapso del sistema.
Hay que llamar a las cosas por su nombre y hacer corresponsable al conjunto de la ciudadanía de este serio problema.
A nadie se le escapa el elevado coste político de una medida como esta y más cuando los usuarios están acostumbrados a consumir servicios sin freno ni medida.
Seguramente se me dirá demagógicamente: ¿Qué más quisiéramos que no tener que ir el médico? Todos sabemos que se inician tratamientos que cuando los síntomas de la dolencia remiten se abandonan, dejando en un cajón unos medicamentos que seguramente van a caducar y que cuestan un buen dinero a las arcas públicas; tampoco es nada infrecuente, presionar al profesional para que solicite una prueba diagnóstica que no es necesaria.
Hay que poner coto a esta vorágine de gastos innecesarios para poder dedicar recursos para lo que realmente justifica un gasto.
La administración que es tan manirrota como el usuario también debería aprender a no malbaratar recursos y a gestionar de una forma más racional, y, los gestores tendrían que acostumbrarse a que se les pidiera cuantas y a rendirlas.
Siempre se ha dicho que el gasto de farmacia es uno de los que se come más dinero, si bien eso es cierto, tampoco lo es menos que nunca se ha abordado la necesidad de que las recetas dispensadas tengan las unidades del específico para cubrir todo el tratamiento.
Con el precio de los medicamentos se dan situaciones bastante curiosas, como por ejemplo que un mismo medicamento tenga un precio sensiblemente inferior en un país vecino, adaptándose además el número de unidades a las necesidades del tratamiento real. Si esto sucede en nuestro país se debe a que se tolera por parte de las autoridades que no ejercen la presión necesaria sobre la industria farmacéutica.
Una medida corresponsabilizadora de esta envergadura, llamémosle copago o tasa sanitaria, debe ser explicada a la sociedad y debe ir acompañada de una reforma en profundidad del sistema sanitario que debe repensarse, adaptándolo a las nuevas tecnologías, lo que a su vez haría más necesario que nunca una nueva formulación del concepto ”productividad”, al que yo prefiero denominar como “organización del trabajo en el entorno laboral sanitario”, como elemento superador de las estructuras de mando o poder actuales que son totalmente obsoletas y que representan un freno para cualquier proceso de reforma que pretenda poner en valor las innegables capacidades de los profesionales sanitarios.
Dejo para los expertos como se debe cuantificar el nivel de corresponsabilización del ciudadano, es decir los diferentes grados de contribución atendiendo el nivel de renta y también las exenciones.