Trementanaires
Cada vez que se habla de reformar o crear una nueva ley que regule el uso y prescripción de medicamentos todas las partes medianamente implicadas sacan pecho y se lanzan al ruedo a reivindicar su parte o su cuota.
Es normal que sea así habida cuenta de que este es un negocio que reporta pingües beneficios.
Me produce cierto ardor de estómago escuchar los razonamientos de los farmacéuticos, que reivindican su papel prescriptor y orientador hacia el usuario de medicamentos.
No me parece extraño ni fuera de lugar que los farmacéuticos reivindiquen su espacio siempre y cuando se juegue limpio y sin cartas marcadas.
No tengo inconveniente en que un farmacéutico me aconseje sobre tal o cual medicamento, mientras sea un farmacéutico quien lo haga no habrá problema y todo estará dentro de un marco más o menos legal, sin embargo todos hemos visto en infinidad de ocasiones a algún ciudadano acercarse al mostrador de una farmacia a pedir consejo sobre que medicamento podría tomar para tal o cual afección más o menos incordiante. En la mayoría de los casos no es un farmacéutico quien atiende y aconseja si no un mozo de farmacia que endilga a la víctima un jarabe, unas pastillas y unos antibióticos como el que no quiere la cosa.
Las farmacias son un negocio. Nada que decir al respecto mientras el negocio no se vea incrementado de forma llamémosle truculenta y en contra de las arcas públicas, es decir del dinero de todos, aconsejando un medicamento de “marca” frente a un “genérico” que vale mucho menos y hace el mismo efecto.
Los farmacéuticos tienen el negocio asegurado gracias a la semigratuidad y venta en exclusiva de medicamentos, por tanto, átenles en corto, que con el dinero de todos no se juega y menos cuando es escaso.
Mañana más
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