Estoy bastante entretenido ojeando los periódicos, escuchando la radio y leyendo algunos posts de los blogs que medianamente sigo de forma transversal u oblicua en algunos casos.
Me produce cierto grado de estupor conocer la marcha de la comisión de investigación creada en el Parlamento de la Comunidad de Madrid para aclarar el feo asunto de los espías a sueldo de doña Esperanza Aguirre.
Llego una vez más a la conclusión de que quien fija el reglamento, puede hacer lo que quiera y dar carpetazo cuando las cosas se ponen feas. Lo que de verdad me preocupa es el efecto que tienen determinadas prácticas en el seno de la sociedad civil, por la forma en que pueden encajar estas chapuzas parlamentarias y sus consecuencias y repercusiones a la hora de ser llamados a las urnas. El torticerismo parlamentario hispánico es un pozo insondable que es capaz de sorprender hasta a los más avezados expertos en triquiñuelas parlamentarias como Panella, que era capaz de estar hablando ocho horas para obstruir una votación que sabía perdida. Entendería que en vista de lo que hay, la abstención aumentara unos cuantos puntos más aunque yo no sea partidario de no ir a votar aunque después me cabree con el receptor de mi voto.
Llego a la conclusión de que la sociedad está bastante enfermita, aquejada de múltiples patologías que hacen que percibamos un embrutecimiento cada vez más grande en las gentes y sobretodo en las gentes más jóvenes. Quiero referirme con este preámbulo al caso de la chica sevillana que fue violada, asesinada y tirada quien sabe donde por unos jóvenes ociosos carentes de autocontrol y de los más mínimos niveles de empatía o compasión hacia sus semejantes.
Estos jóvenes imputados por el asesinato de la joven han tomado el pelo al juez, a la policía y al conjunto de la sociedad prestando declaraciones falsas y engañando a todos, todo ello sin mencionar el incremento de sufrimiento y angustia que debe añadirse al de por si insoportable dolor que deben soportar los familiares.
Mientras esto sucede, el Santo Papa de Roma se permite hacer declaraciones a troche y moche que han indignado al mundo civilizado laico y más o menos creyente.
Las palabras de Benedicto XVI condenando el uso del preservativo suponen una sacralización del disparate, de la incuria y del sectarismo más ultramontano que caracteriza y ha caracterizado a la Iglesia Católica.
El Papa seguramente no debe saber que no puede parar el mundo, que siempre se ha fornicado, con condón o sin él y que en los tiempos del HIV con veintidós millones de seropositivos en el continente africano, es una inmoralidad condenar a toda la población a ser víctima del contagio.
Estamos ante una de las peores ofensivas de la iglesia en el terreno de intentar recuperar el predominio espiritual sobre la ciudadanía, prueba de ello es la campaña que ha lanzado la Conferencia Episcopal española en la que pone al lado de un bebé crecidito un lince ibérico. La manipulación y el uso fraudulento de las imágenes son nauseabundos.
Un feto de 18 semanas no es un bebé, no es un ser vivo capaz de sentir, llorar, quejarse o succionar y ellos lo saben y aún así, son capaces de lanzar esta vergonzosa campaña con el soporte de la derecha más rancia y reaccionaria.
No se extrañen los señores de la mitra y el escapulario que las iglesias estén cada día más vacías, que la indiferencia o el desprecio por ellos vaya en aumento hasta hacerse insalvable.
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