domingo, 13 de julio de 2008

LA ENFERMERÍA, UNA PROFESIÓN, NO UN SACERDOCIO


Los medios de comunicación se han hecho eco una vez más del acuciante déficit de profesionales de Enfermería en Cataluña, que se valora en 15.000 según el Colegio de Enfermería de Barcelona.

El problema es mucho mas grave de lo que parece a simple vista y únicamente los profesionales y algún que otro observador sensible al problema, parecen tomárselo en serio y da un toque de atención que debería ser tomado en cuanta por las autoridades competentes del ramo.

Este problema viene de lejos y lo que ahora es grave podía haberse evitado con otras políticas de planificación de las necesidades a corto y medio plazo.

La profesión enfermera en España, goza de un nivel de formación y conocimientos muy superior a la media europea, pues su formación es de rango universitario a diferencia de la mayoría de países europeos.

Sin temor a caer en exageraciones, esta profesión es el pariente pobre de las profesiones sanitarias de nuestro país, pues tradicionalmente se le ha otorgado un papel subalterno de la profesión médica.

Cuando se han desarrollado las especialidades de la profesión enfermera, se ha hecho tarde y mal, creando unas especialidades que en muchos casos rozan el esperpento por lo genérico de sus contenidos.

Esta Ley de especialidades se ha desarrollado sin contar con los profesionales y únicamente el gobierno la ha promulgado cuando la presión provocada por la demora y los plazos incumplidos se ha hecho insostenible y podía causar un desgaste político.

Esta ley ha sido un nuevo jarro de agua fría para toda la profesión.
A tenor de lo que la ley expresa, un profesional con una especialidad no puede ejercer su cometido ya que en la práctica esta no se reconoce al solicitar un puesto de trabajo. Es el caso de Radiología, Especialidades medico quirúrgicas, Pediatría etc.

Las Escuelas universitarias de Enfermería en su gran mayoría pertenecen al sector privado y su número de plazas es limitado con respecto a las necesidades reales de formación de nuevos profesionales, a su vez, los costes de esta carrera en estos centros, no son accesibles a todos los bolsillos, hecho que supone una forma de selección en función del poder adquisitivo que es más evidente que en otras carreras universitarias.

Otros aspectos no menos relevantes son el escaso o nulo reconocimiento social de esta profesión, hecho que sospecho que viene dado por el carácter de subalternidad que estigmatiza a esta profesión.

El aspecto retributivo es asimismo, un factor no poco importante a la hora de valorar lo que se da y lo que se recibe a cambio.

La profesión enfermera no es un lecho de rosas, las condiciones de trabajo y el contacto permanente con el dolor y la desgracia, la convierten en una profesión que se justifica por si misma quizá mas que muchas otras que gozan de un reconocimiento social relevante y unos emolumentos muy superiores, no teniendo que soportar guardias, turnos dobles ni trabajo nocturno.

La cuantificación del valor del trabajo aunque dicho valor no sea únicamente económico ha de ser el adecuado a las responsabilidades y a los conocimientos que el profesional desempeña.

Así las cosas, no debemos sorprendernos el hecho de que haya jóvenes profesionales que después de pasar por el calvario de los contratos basura que ofrecen la mayoría de los centros públicos, opten por marchar a otros países donde se les da los que aquí en su país les es reiteradamente negado: estabilidad, reconocimiento y salario adecuado al puesto que ocupa.

A las autoridades sanitarias españolas se les llena la boca de elogios hacia la profesión enfermera, reconocen solo con palabras el importante papel de la enfermería en el sistema sanitario. Esto es un brindis al sol. No hacen falta palabras huecas, hacen falta hechos, políticas que afronten los problemas y les den soluciones.

No podemos esperar mas, ni la profesión ni la sociedad, que es en definitiva la que de una forma u otra nós juzga dia a dia.