lunes, 16 de julio de 2007

MALTRATO Y PSICOPATOLOGÍA


Las medidas tomadas hasta la fecha para atajar los malos tratos y el constante goteo de víctimas mortales son del todo insuficientes. Dicho así, parece que el gobierno haya hecho bien poco. No es así. El gobierno ha hecho lo que se debe esperar de él. Ha reformado leyes y ha creado otras nuevas. Estas medidas aunque imperiosas no llegan a actuar en la matriz del problema.
Cabe esperar que los responsables de buscar soluciones para atajar este drama que no cesa se esfuercen un poco más y busquen en “los saberes” que tiene a su alcance. Un gabinete de juristas, asistentes sociales y psicólogos por mucha voluntad que le ponga al tema no llega a hercerse una mínima idea de lo que realmente sucede ni de cuáles son las patologías sociales que dan oxígeno al maltrato.

El maltratador tal como lo percibe esta sociedad es un ser al que hay que castigar. De acuerdo, pero no nos quedemos sólo con esta parte. Habrá que tener en cuenta otros factores a la hora de poner en práctica las soluciones.
La comunidad científica (psicólogos y psiquiatras) deben de tener algo que decir al respecto.
Según estudios realizados basados en lo que se ve a diario en las consultas, más del 80% de los maltratadores padecen uno o dos trastornos psiquiátricos, dependencia del alcohol o drogas.
El enfoque actual que se da a esta problemática, no sitúa al maltratador en el lugar adecuado para que sea capaz de enfrentarse a su problema y ser ayudado terapéuticamente para frenar esos impulsos violentos. El problema se agrava ante la perspectiva del aumento del consumo de drogas y otras sustancias.
Las circunstancias sociales, la educación, el aprendizaje son factores coadyuvantes, la violencia un síntoma, una indicación de que en ese cerebro está pasando algo. Cualquier factor por nimio que sea puede desencadenar un acceso de ira y violencia cuando un cerebro está enfermo, cuando el área “controladora” que hace discernir entre un buen comportamiento o una reacción violenta no es capaz de frenar los “malos” impulsos, es que existe un desequilibrio importante.
Con todo lo dicho hasta el momento, no se intenta proponer que se adopte una actitud de condescendencia con el violento, no se trata de cojerle en brazos y acunarle. En mi opinión, sólo se puede abordar este problema contemplándolo en su totalidad, en sus múltiples caras, que comienzan a cobrar forma en la infancia y adolescencia; es decir, cuando el individuo y su entorno dan forma a su personalidad, su forma de interactuar con los demás, a reaccionar ante la adversidad, la frustración o la angustia vital.
Me atrevería a proponer que fuera en las aulas donde se comenzara a prevenir la conducta violenta. No se trataría de traspasar una responsabilidad familiar al ámbito educativo, lo que sucede en ocasiones, que la familia como tal, está ausente, por la causa que sea ha dimitido de sus obligaciones o bien han traspasado su papel a la escuela. Este es un síntoma más de la patología social a la que me refería en líneas anteriores.
El modelo de familia tal y como lo conocemos, está en crisis por las causas que sea, sin entrar a discutir o intentar enumerar las causas de que esto sea así, sin embargo la realidad es tozuda y refleja toda una realidad a la que hay que meter mano si no queremos que la violencia de género o como se le quiera llamar, vaya en aumento y dé lugar a que la sociedad se acostumbre a ella y la asuma como un mal que está ahí y contra el cual no se puede hacer nada que no sea castigar el violento, consolar a la victima y a su familia y pare contar.

La asignatura introducida en los planes de estudio conocida con el nombre de “Educación para la ciudadanía”, pretende ser una herramienta para educar al individuo en la tolerancia, el respeto y la igualdad entre las personas en un marco de valores cívicos y democráticos. Me parece muy bien. Lo que sucede es que corremos el riesgo que esta materia se convierta en una asignatura “maria”.
La caspa eclesiástico-mediático-derechista ha puesto el grito en el cielo anunciando la larga lista de males que esta asignatura traerá a nuestra sociedad. ¿De qué tienen miedo? A estas alturas y con todas las críticas que se puedan hacer al modo en como se desarrolla esta materia, no se me ocurre otra cosa que pensar que no sea: si a ellos no les gusta, es que será buena.
Esta asignatura debería convertirse en un elemento más para prevenir las conductas incívicas, violentas o antisociales. Mucho me temo que nos vamos a quedar cortos.

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