martes, 22 de mayo de 2007

LA MALA EDUCACIÓN I

La mala educación pone malo de las tripas a este amigo mío

Desde hace tiempo me rondaba por la cabeza la idea de escribir alguna cosa referente a la mala educación y al incivismo imperante. No encontraba el momento de hacerlo ni el día apropiado para ello, pues siempre aparecía un tema más fresco o más importante que a mi entender requería prioridad; al fin y al cabo, la mala educación sigue ahí y siempre dará motivos para hablar o escribir sobre ella.
Creo necesario establecer la diferencia realmente existente entre la mala educación genérica y los modales bruscos y poco adornados. La parquedad en palabras sólo es eso parquedad, la poca amabilidad no debe confundirse con otra cosa pues solamente es eso: no andarse con florituras ni adornos, decir lo justo en un tono de voz seco y tajante que no de pié a entablar conversaciones sin sentido y que por tanto no conducen a nada positivo y solamente contribuyen a hacer perder el tiempo e impostar la voz esbozando una falsa sonrisa.
Dicho esto, creo que queda claro que existe una diferencia clara y patente de los que es cada cosa. No nos confundamos.

En primer lugar, me referiré a los niños y mozalbetes en edad escolar o de instituto. Salvando no pocas excepciones merecen junto a sus padres, un tomo entero. El tema es jugoso y da para mucho.
Durante la dictadura en que reinaba el palo y tente tieso en las escuelas, el alumno era un sujeto pasivo y paciente de los reglazos, sopapos, soplamocos, tirones de orejas y humillaciones varias que ejercían muchos maestros y muchos curas sobre la anatomía de los alumnos. Me parece reprobable y esta práctica que perseguía el sometimiento por la vía del miedo al castigo físico y psicológico era un reflejo de aquella sociedad impregnada de las esencias de aquel régimen.
Con el advenimiento de la democracia la cosa cambió de forma radical y pasamos de un extremo a otro no menos nocivo por antitético.
Al profesor se le llama de tú, se le manda a paseo (dicho de forma suave), se le amenaza y se le zarandea y este está completamente indefenso ante el alumno que goza de una impunidad total amparada por leyes y reglamentos que no sé quién o quienes han elaborado. Cuando los padres son requeridos por algún profesor para poner en conocimiento de estos la mala conducta, el profesor recibe otro palo: es acusado de incompetente y de no saber hacer su trabajo. Con la actitud de los padres, el energúmeno del hijo crece dos palmos y medio y sus pautas de conducta se ven reforzadas.
Las aulas no son ni pueden ser un foro democrático, en ellas debe imperar el respeto y debe prevalecer la autoridad del profesor. De otra forma no se puede llevar a buen término la labor educativa. La familia debe retomar su papel irrenunciable de formar a los hijos en los valores del respeto, la tolerancia y el valor del esfuerzo sin el que por otra parte, no se puede conseguir nada sólido.

Los jóvenes adoptan pautas de conducta del entorno en el que se mueven y son fiel reflejo de sus familias. Los profesores tienen su parte de responsabilidad en todo esto. En muchos casos, contemporizan demasiado con los alumnos en nombre de no sé que concepto de tolerancia. El profesor no es un colega, es un profesional que influirá de forma sensible en la personalidad del individuo que está aprendiendo y que por tanto es un material muy sensible que se decantará hacia uno u otro camino según esté influido.

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